Sonidos del insomnio


 
LOS SONIDOS DEL INSOMNIO

La levadura fermenta al calor de hornos ancestrales
en el momento que la sirena de un coche patrulla
clama en la oscuridad impenetrable
de miles de almas dormidas.
El llanto desconsolado de un bebé
rebota en las esquinas
del cuarto donde habitan los anhelos.
El filamento de una bombilla vieja
incendia el bosque de sombras
y unos ojos parpadeantes, para los que todo ha acabado,
se abren con el escozor que provocan las heridas sin cicatrizar.
          Se respira en el horizonte de las horas
                        el preludio de otra noche de insomnio.
 

 
CAMIONES DE LA BASURA
 
A las dos de la madrugada
los camiones de la basura
fumigan el silencio
con el rugido metálico de sus tripas.
Los contenedores derraman
la fiesta de las margaritas deshojadas,
las fotografías rotas en color sepia
y las barras de carmín vacías.
Antes del amanecer
los camiones vomitan
sobre los residuos
del día anterior
y del anterior
y del anterior
y del
a
n
t
e
r
i
o
r
 
Los inmensos montones palpitan
y forman un archivo desordenado de recuerdos
donde escarban, sin pudor, los rapsodas.
  

 
SUSURROS

Por los laberintos que preceden al alba
las palabras se afilan y penetran como estiletes
en la carne ablandada por el alcohol y las horas.
Buscan detrás de la fachada,
con la violencia de un yonqui en pleno mono,
hasta que hallan escondido, en el fondo de una caja,
un secreto que tirita de miedo
ante una hebra de luz.
Una vez arrancados los visillos,
las promesas se licuan y vierten
por los sumideros
sin que el cobijo de unos besos
calme el corazón arrepentido.
 

 
EL SECUESTRO DE LA ESTATUA ECUESTRE

Una grúa avanza por la calle solitaria
      —la escoltan sirenas que rasgan las sombras—
y alcanza la plaza donde mora el dictador derrocado
por la parca inmisericorde y el olvido.
Es la mejor hora para arrancar avisperos
aunque hay guantes de policía 
por si hace falta consolar nostalgias.
Cuatro operarios indiferentes
cruzan con eslingas la estatua ecuestre
que pronto se eleva por los aires
con un solemne redoble de motor.
(alguien sonríe ante la desproporción
de los testículos del animal y la cabeza del dueño).
La imagen es casi cómica:
               el caballo parece asustado en un último relincho
               y el jinete un muñeco indefenso ante el vaivén.
Un camión se lleva, bajo el anonimato de una lona,
al que durante años ha presidido la nación y la plaza.
Se le condena, según sentencia judicial, a cadena perpetua
en el rincón más apartado del almacén del museo municipal.
El silencio regresa con el repartidor de periódicos.
El muchacho despeja sus fosas nasales
con el intenso olor a desinfectante
de los aspersores que riegan el jardín
al pie del pedestal vacío.
 

  
GOTAS

Una gota, otra gota, otra gota.
Lo peor sucede cuando se apaga la luz
y quedan los quejidos ciegos y el olor intenso
de los fluidos mezclado con la lejía.

Una gota, otra gota, otra gota.
Los calmantes no alivian el desconsuelo
ni cierran los párpados de los peces
atrapados en burbujas de cristal.

Una gota, otra gota, otra gota.
Las horas, fabricadas en serie,
se extienden con exasperante parsimonia
por los pasillos desiertos.

Una gota, otra gota, otra gota.
El taconeo de unos pasos firmes
rompe, de vez en cuando, la espesa atmósfera
de los últimos alientos.

Una gota.

Se acaba el líquido que absorben
los gusanos castigados y sedientos,
por dos minutos y después
una gota, otra gota, otra gota.


 
VIAJE EN EL LUSITANIA

A las cuatro de la madrugada
el Lusitania rompe el coro de los grillos
                              con un grito de sus frenos.
  
El pasajero sin rostro sube
con una alforja llena de sobres amarillos.
  
                   El llanto de la máquina desafía con su fuego
                                             el terciopelo del horizonte venidero.

La voz metálica anuncia la inminente partida
y devorado el último latido,
el silbato azota el aire siempre frío
de las despedidas.

Busco mi asiento entre los fantasmas y el letargo,
me acurruco en una manta de tristeza y cierro los ojos
para que las pesadillas vengan a predecirme
el color del cielo de Madrid.